El equipo de Campa/Pichot. Pichot (adelante), Grosvald, Campa, Novick y Gianella (de izq a der) |
“Nuestra generación no se identifica con el cuenta chistes tinellizado de los 90. Es una forma narrativa antigua, poco creativa y los 'cuentos' tocan temas que ya no nos hacen reír. El stand up toca cualquier tema y genera un vínculo más fuerte con el espectador. No te estoy hablando en tercera persona”. Dicho esto, Cristian Dominguez, de tan solo 19 años, saca de su bolsillo una calcomanía y me la da. Es un sticker promocionando el blog (www.elblogdecris.com.ar) que le dio el salto a la fama. “Pegala por tu facultad”.
Stand up comedy, como su nombre lo indica, es el arte de hacer comedia parado frente a un micrófono y nada más. Hay, sin embargo, un par de características que le escapan al nombre. En este tipo de humor es primordial hablar de situaciones cotidianas con las que el público pueda relacionarse. Un monólogo sobre la actualidad política de hoy no es stand up. Un cuento de un borracho gallego tampoco. Una forma de hacer humor típicamente yankee, llevado a su auge por Jerry Seinfeld y que hoy es cada vez más grande en Buenos Aires. “El stand up tiene decenas de años en otros países y aquí era solo cuestión de tiempo. Montarlo es simple y barato. Estas cosas encauzaron las energías de un montón de gente y así creció”, dice Ezequiel Campa, que comenzó con el stand up hace más de cinco años cuando en Buenos Aires empezaba a asomarse, y que ahora es parte junto a Malena Pichot de Campa/Pichot, el show más importante del stand up actualmente en Argentina. Uno de sus productores, Federico Novick, que también produce a Cristian Dominguez, agrega: “Es portátil. Para mí habita allí su principal encanto. El stand up, desde la producción y el dominio de lo técnico, es sólo un micrófono que funcione y un lugar donde pararse, además del público. El problema es hacerlo bien: aquellas/os que lo consiguen son poquísimos. Como siempre digo, "la onda no se compra, se vende””.
A diferencia de la creencia de muchos, el stand up comenzó en Buenos Aires hace unos 10 años cuando en la escena solo estaban Diego Wainstein, Ale Angelini, Martín Rocco, Hugo Fili, Natalia Carulias, quizá algunos más. Muchos de ellos ahora enseñan stand up para aquellos que recién se inician y quieren subirse al escenario. Este fue el caso de Cristian, que a los 16 años empezó con sus clases y a los 17 ya hacía shows. “Fue en el lugar donde estudiaba, en un open mic que se organizaba los viernes en un sótano de la calle Pellegrini. Fue esa sensación de ponerla por primera vez y querer repetir el acto todo el tiempo”.
Cristian Dominguez se hizo conocido por su blog y se lo puede ver todos los viernes a las 00.30 en Paseo la Plaza en su show, Corte |
Con el pasar de los años, mucha gente de afuera del género, como actores y conductores de TV, fueron probando el stand up y algunos fueron quedando. Otros como es el caso de Malena Pichot y Cristian, por proyectar sus vidas en reflexiones con las que nos identificamos más de uno en YouTube o un blog. El stand up es conocido como la manera de hacerte ver que no sos al único que le pasan esas cosas y que estás acompañado en el ridículo, una especie de terapia inversa en el que un extraño nos cuenta nuestros problemas.
Con respecto a lo que cuesta montar un show de stand up, Gabo Grosvald, otro de los productores de Campa/Pichot, y que está vinculado a unas 15 a 20 funciones semanales como productor o programador actualmente, dice: “Depende mucho de cada proyecto, pero entre $500 a $4000 según el caso. El precio se compone de una parte para la sala, otra para la producción, es decir, productores, actores, directores, etc”. Novick, en cambio, responde: “Un show como Corte (el de Cristián) tiene un costo previo, que no es plata, sino trabajo, tiempo, prueba y error. Nos juntamos muchas veces con el grupo, que venía de hacer algunas funciones, para encontrarle identidad, nombre. Hay que imprimir volantes, repartirlos, hacer poster, armar un sitio web”
Campa y Grosvald compartieron escenario en el 2006 |
Para que sea un éxito, como todo, hay que adaptarlo a nuestro país. No basta con robarle un par de chistes a Seinfeld y traducirlos al castellano; sorprendentemente, estos no causan tanta gracia. “Por lo que he visto, en otros países, un humor un poco más ingenuo funciona bien. Acá, de todas maneras, falta borde. Me encantaría ver mucho más stand up que corra los límites de lo políticamente correcto, de lo esperable”, dice Novick, con lo cual Ezequiel Campa coincide, “Allá [en Estados Unidos] tienen una tradición de décadas y sus humoristas son mucho más variados y amplios. Acá hará falta que pasen muchos años para que los standuperos y el público se permitan hablar de otros temas fuera de "mi mujer me rompe las pelotas" o "a mi los tipos no me dan bola". Cristian, siendo más joven, se está encargando esto, en su show: “Mi humor se diferencia del de muchos comediantes por el hecho de que soy joven. Los primeros monólogos los escribí de adolescente y el mundo que exploraba yo en esos cinco minutitos que me daban para actuar era muy distinto al cuarentón que pasaba después y buscaba un espacio para quejarse de su suegra. Me gusta el hecho de poder representar en la comedia a un sector etario que no está representado”.
Lo que se adapta también es el tamaño de los shows: comúnmente montados en bares chicos con mesas, el stand up está mutando y se empieza a llevar a cabo en grandes teatros con butacas y capacidad para miles de personas. “Al principio creía que funcionaría solo en espacios con mesas y alcohol, pero en las giras me fueron gustando también las butacas, en Montevideo vinieron 2100 personas, en tres funciones en un cine enorme, y resulto increíble”, comenta Novick, acerca del show de Pichot y Campa, que opina: “Son dos cosas distintas. En los lugares chicos podés "trabajar" más con la gente, es más personalizado si se puede llamar así. En lugares muy grandes como nos ha tocado laburar aparece una energía más parecida a la del rock que a algo teatral”.
Se terminaron los años de reírnos de los demás y pasamos a reírnos de nosotros mismos y nuestra patética realidad. Las necesidades culturales de la gente mutan todo el tiempo y, por lo menos por ahora, el stand up supo rellenar ese espacio a la perfección con el dedo índice que nos apunta a la cara y gritando “ja-ja” cuando nos pasa eso que nos pasa a todos.
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