Alexis de Tocqueville fue el pensador que primero advirtió la consagración definitiva de la democracia, casi como un hecho irreversible de la naturaleza. Fue el primero en plantear su entronización en los sistemas políticos como una circunstancia más relacionada con la inexorabilidad de la Física que con un hecho derivado de la evolución de las ideas.
Fue él quien advirtió que la aparición de las muchedumbres (algo que casi 100 años después, Ortega y Gasset llamaría “masas”) condicionaba los regímenes políticos a evolucionar hacia la lógica democrática.
Su monumental obra “La Democracia en América” es considerada aun hoy como un compendio de predicciones más que como un tratado impar de política moderna.
Allí Tocqueville, que en realidad había ido a visitar los Estados Unidos para estudiar su sistema penal, describe cómo las costumbres son el antecedente inamovible de la ley y cómo las tradiciones, los hábitos y las creencias moldean los perfiles de un pueblo. Dijo allí el diputado de la Asamblea Nacional Francesa, “las naciones, como los hombres, muestran casi siempre desde su primera edad, los principales rasgos de su destino”.
El comportamiento político de la Argentina ha respondido casi como un molde a la lógica tocquevilliana. Más allá de que efectivamente el sistema democrático -como él lo predijo hace casi dos siglos- terminó consagrándose en casi todo el mundo, el camino político seguido por el país demuestra cómo las fuerzas de los hábitos y las costumbres (como también lo temía Alberdi) condiciona el éxito teórico de los sistemas.
Tocqueville advirtió que frente al triunfo de la democracia, era esencial, para la conservación de la libertad, la construcción de un sistema de compensaciones que balanceara los desenfrenos y los extremismos de la democracia, para evitar que ésta cayera en la tiranía de la mayoría; para lograr que una pantomima de masificación no engañara a todos, haciéndolos creer que eso era el gobierno del pueblo.
Hoy la Argentina es casi una caricatura hasta exagerada de los temores de Tocqueville. Habiendo nacido de la mano de instituciones que intentaban limitar el desenfreno del poder y de una Constitución cuyo objetivo era ampliar el radio de acción individual a costa de mantener a raya el leviatanismo del Estado, hoy, el país, habiéndose apartado de esos principios, ha vuelto a las fuentes más primarias de sus costumbres, enraizadas en el autoritarismo y en el gobierno absoluto.
Dijo Tocqueville en otro pasaje de su obra “nace un hombre. Sus primeros años transcurren oscuramente entre los goces y trabajos de la infancia. Crece, comienza la virilidad. Las puertas del mundo se abren para recibirle: entra en contacto con sus semejantes. Entonces se lo estudia por primera vez y se cree presenciar cómo se forma en él el germen de los vicios y las virtudes de su edad madura. En mi opinión esto constituye un gran error. Remontémonos hacia atrás, hasta la época en que su madre le tenía en sus brazos y examinémosle; veamos cómo se refleja por primera vez el mundo exterior en el espejo, oscuro aún, de su inteligencia; contemplemos los primeros ejemplos con los que tropieza su mirada; escuchemos las primeras palabras que despiertan las potencias aun dormidas de su pensamiento; asistamos, en fin a las primeras luchas que se ve obligado a sostener y solo entonces comprenderemos de donde vienen sus prejuicios, los hábitos y las pasiones que van a dominar su vida. El hombre entero, por decirlo así, está ya envuelto en los pañales de su infancia. Algo análogo sucede con las naciones.”
La Argentina padece hoy una exacerbación de poder cuyo embrión podía advertirse ya en los “pañales de su infancia”. La ausencia total del control y del balance entre los poderes del Estado; la absorción por parte del Poder Ejecutivo de facultades y prerrogativas que le corresponden a los otros poderes; el hecho de haber hecho de la democracia un sinónimo del populismo; el haber borrado todo límite entre el gobierno de la masa y el gobierno del pueblo, son, todos ellos, vicios que la Argentina cobijaba bajo la cuna de sus tradiciones. En una escalada que comenzó quizás con el primer quiebre institucional en 1930 y no dejó de profundizarse hasta hoy en que todo el poder del Estado está subsumido en un puño, el país es un canto vivo a la teoría tocquevilliana sobre el advenimiento de la democracia y los temores que podían hacer que sucumbiera. La lectura cotidiana de un simple periódico confirma los temores del diputado francés (replicados aquí por el padre de la Constitución, Juan Bautista Alberdi) en el sentido de que los desbordes a que es proclive la democracia por su propia lógica interna, pueden dirigir a los países que caen en ellos hacia el despotismo y la tiranía.
La Argentina transita por el borde de esos miedos, aunque muchos estén convencidos que lo que impera aquí es la democracia. Si por ella entendemos un sistema de poder balanceado de Estado limitado, claramente el país vive otro sistema pero no el democrático. Si, al contario, consideramos a la democracia como el sistema político que mejor refleja los caracteres más íntimos de un pueblo, no cabe duda que la actual estructura de poder en el país responde a esas tradiciones absolutistas que aun anidan en los pliegues más íntimos de la sociedad.
1 comentario:
qué seria cecilia!
bien ahí con la cita de huxley al costadito!
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