(Archivo 2008)
El aroma a salsa de tomate invade el olfato mientras Magdalena hunde su cucharón en la cacerola y le sirve arroz al siguiente hombre en la fila. Son las 19.05 del lunes 10 de agosto y de Belgrano, empezó hace 5 minutos, como lo viene haciendo los últimos 6 años.
El aroma a salsa de tomate invade el olfato mientras Magdalena hunde su cucharón en la cacerola y le sirve arroz al siguiente hombre en la fila. Son las 19.05 del lunes 10 de agosto y de Belgrano, empezó hace 5 minutos, como lo viene haciendo los últimos 6 años.
“Somos alrededor de 30 voluntarios que venimos que venimos todos los días a ayudar en el comedor de Cáritas”, cuenta Magdalena Abud, encargada del comedor, mientras sirve otro plato y sonríe a quien lo recibe. En la fila y en las mesas se pueden contar 80 hombres mayores de 30 años. Muchos de ellos no llevan calzado y su rostro delata las adversidades sufridas por vivir en la calle: sucio, cortado y avejentado. Se sientan en grupos de 3 ó 4 pero no se hablan; cada uno termina su propio plato y guardan pan en sus bolsillos. “Este comedor es solo para caballeros. Sabemos que las mujeres, especialmente aquellas con hijos, reciben mucha ayuda e organizaciones gubernamentales que prescinden los hombres. Además, el porcentaje de hombres en la calle es mayor”, explica el padre Sergio Sarza, asesor de Cáritas parroquial.
Hoy no son 30 los voluntarios, apenas 13 están presentes del grupo más grande de la parroquia. “El voluntariado obviamente no es obligatorio, de manera que muy pocas veces llegamos a ser la totalidad de los voluntarios ayudando”, dice Magdalena. Los voluntarios presentes del día de hoy se las arreglan para servir el arroz con salsa y un poco de pollo a los desamparados. Lo único que se p uede oír es el ruido de los cubiertos contra los platos de metal y un eventual vaso que se cae al piso y es levantado con rapidez. “Yo duermo en las escalinata de la parroquia pero aquel –señala- viene desde San Fernando, hay muchos de allá”, comenta Martín, de 32 años, que asiste a las cenas de “La Redonda” hace ya un año.
Sin embargo, comer no es lo único que se lleva a cabo en el comedor. El voluntariado intenta establecer una relación de empatía con aquellos que asisten a las cenas. “Comida no es lo único que les falta. Todos los días cinco hombres son derivados a la asesora social para que puedan hablar, se busca la promoción humana”.
El comedor funciona gracias a las donaciones que los vecinos del barrio hacen todos los meses. Desde comida hasta la ropa y productos de higiene personal, se intenta derivar todo a estos hombres. Grandes empresas, como Molinos, donan kilos de comida por mes. La colecta total de comida en el mes de julio fue de 5400 kg y más de la mitad fue consignada al comedor que sirve alrededor de 1920 cenas por mes. El resto de la comida es enviada a hombres del Servicio Interparroquial de Ayuda Mutua (SIPAM), instituciones de Belgrano y Cáritas, provincia de Buenos Aires y al interior del país.
Por la ventana del comedor se puede observar los árboles de Belgrano bañados por el sol, gente caminando por la “feria hippie” de Juramento y Vuelta de Obligado, alumnas de colegios privados tomando un helado en la heladería vecina. Si se vuelve la mirada, la imagen es otra. Hombres intentando alargar su cena, mojando pan en la salsa aspirando saciar el hambre de todo un día, con tuvo en el mentón y tierra debajo de las uñas.
A las 19.40 el servicio se da por terminado y los platos se acumulan en una olla con agua hirviendo. De a uno, los caballeros se van yendo por donde entraron, cada uno a su barrio, esquina, escalinata para dormir. En el comedor queda sólo el ruido del agua que moja los platos y vasos y un olor a detergente mezclado con el de arroz hervido.
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