domingo, 28 de marzo de 2010

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Ayer en el subte vi un bebé. Era gordita. Bueno, en realidad ningún bebe es gordo, sino más bien infladito. Y después nos desinflamos como cuando los globos dejan de ser divertidos y solo se caen al piso y no flotan más. Me pregunto cuanto paralalismo hay entre un globito desinflado y alguien que no está mas infladito (gordo no vale, hay gente que sigue gorda pero no por las razones que diré más adelante, asique ¡gente gordita! no se sienta excluída de mi planteo).
La bebita debia tener un añito, quizás dos. Estaba sentada en la falda de la mamá que cada 5 minutos le daba besitos en la frente. La pequeña bolita la miraba desde muy abajo a su mamá y se le abrían los ojos (como si estuviera viendo a Batman viajando en la línea D leyendo El Argentino) mucho. La miraba, y la miraba. Cada tanto estiraba su bracito y le tocaba la pera (porque hasta ahi llegaba) con un dedo rechonchito. Si llegaba a tocarla se reía y dejaba mostrar sus dientes mínimos y los cachetes parecían el doble de rellenitos. Se le hacía muy dificil dejar de mirarla. Era como si intentara absorbersela toda por los ojos pero no podía. Como una gran super héroe que no debía olvidar y que no podía dejar de mirar fijamente por un segundo.
A veces se daba vuelta. Con sus manitos mínimas agarraba el caño del vagon y lo examinaba. Cuando se aburría de eso le tocaba la cartera a la mujer sentada al lado. Le agarraba el cierre, el llavero, la golpeaba con un poquito con las palmas abiertas hasta que la mamá le agarro las manitos y le dijo 'Basta.'. Entonces paraba y se puso solamente a observar. Miraba las luces, los stickers en la pared y también miraba mucho a la gente. Y la gente hacia lo único que 'la gente' sabe hacer cuando un bebe la mira: morisquetas. Ahí se quedaba mirando aun más fijamente. 
Todo lo examinaba, todo era nuevo, todo quería tocarlo y ver que ruido hacía. Me pregunto cuál es el momento en que dejamos de maravillarnos con las pequeñas cosas como los caños del subte o la cartera de un extraño (quise que esto sea integrador, pero si sos ladron o cleptómano deja de leer porque ya no tiene sentido). En qué momento dejamos de mirar a nuestras mamás como si todo lo pudieran, como unos seres super poderosos, y sobre todo en qué momento dejamos de escuchar cuando nos dijeron 'basta'. Me encantaría volver a tener a esa edad pero ser consciente de lo que hago para poder sentir la hermosa y desconocida sensación de que todo lo que me rodea es algo totalmente grandioso que debo conocer. Poder maravillarme con lo más simple y sonreir ante lo más bobo. Creo que la gran tragedia de crecer es que perdemos esa capacidad.
Últimamente estuve intentando retomarla pero se me hace muy difícil porque tengo demasiados conocimientos prejuicios que me contaminaron mientras crecí. Pero todos los días intento un poquito más. Quiero ser tan feliz como la bebé cuando la miraba a su mamá o como cuando tocaba diente por diente el cierre de la cartera de la señora. Quiero tener una mente impoluta y absorber cada cosa que pasa como una esponja recién comprada. Quiero abrir los ojos bien grandes cuando veo una hormiga llevando una hojita o cuando una mariposa se pone en mi ventana. Quiero... quiero muchas cosas. Ser feliz como un bebé en definitiva. Es imposible, ya que nadie recuerda cómo era así de feliz, totalmente negligente a lo que pase lejos nuestro. 
Somos como un globo. Al principio inflados, flotando a través de nuestra existencia, livianos como el aire, somos felices y si alguien nos golpea salimos disparados inmediatamente para la dirección opuesta. De a poco nos vamos desinflando y perdemos nuestro brillo inicial, flotamos cada vez menos y empezamos a absorber más los golpes y tendemos a quedarnos cerca de donde nos golpearon. Cuando nos desinflamos por completo ya no nos despegamos del piso y dejamos que nos pisoteen mucho y pocas veces nos levantamos y nos vamos de donde nos hacen mal. Pero siempre existe la posibilidad de poder inflarnos de nuevo, quizás no como antes, y sí, seguramente se vean las marcas de que no somos totalmente nuevos. Pero lo importante es que fuimos. Fuimos lo suficientemente sabios para entender que esa no era forma de vivir. Preferimos empezar de nuevo, por lo simple, por lo que nos hizo feliz antes. Creo que todos, algunos más que otros, tal vez sin darse cuenta, buscan día a día cómo volver a flotar.