sábado, 3 de julio de 2010

TOCQUEVILLE Y UNA PREDICCION DE LA ARGENTINA DE HOY

Alexis de Tocqueville fue el pensador que primero advirtió la consagración definitiva de la democracia, casi como un hecho irreversible de la naturaleza. Fue el primero en plantear su entronización en los sistemas políticos como una circunstancia más relacionada con la inexorabilidad de la Física que con un hecho derivado de la evolución de las ideas.
Fue él quien advirtió que la aparición de las muchedumbres (algo que casi 100 años después, Ortega y Gasset llamaría “masas”) condicionaba los regímenes políticos a evolucionar hacia la lógica democrática.
Su monumental obra “La Democracia en América” es considerada aun hoy como un compendio de predicciones más que como un tratado impar de política moderna.
Allí Tocqueville, que en realidad había ido a visitar los Estados Unidos para estudiar su sistema penal, describe cómo las costumbres son el antecedente inamovible de la ley y cómo las tradiciones, los hábitos y las creencias moldean los perfiles de un pueblo. Dijo allí el diputado de la Asamblea Nacional Francesa, “las naciones, como los hombres, muestran casi siempre desde su primera edad, los principales rasgos de su destino”.
El comportamiento político de la Argentina ha respondido casi como un molde a la lógica tocquevilliana. Más allá de que efectivamente el sistema democrático -como él lo predijo hace casi dos siglos- terminó consagrándose en casi todo el mundo, el camino político seguido por el país demuestra cómo las fuerzas de los hábitos y las costumbres (como también lo temía Alberdi) condiciona el éxito teórico de los sistemas.
Tocqueville advirtió que frente al triunfo de la democracia, era esencial, para la conservación de la libertad, la construcción de un sistema de compensaciones que balanceara los desenfrenos y los extremismos de la democracia, para evitar que ésta cayera en la tiranía de la mayoría; para lograr que una pantomima de masificación no engañara a todos, haciéndolos creer que eso era el gobierno del pueblo.
Hoy la Argentina es casi una caricatura hasta exagerada de los temores de Tocqueville. Habiendo nacido de la mano de instituciones que intentaban limitar el desenfreno del poder y de una Constitución cuyo objetivo era ampliar el radio de acción individual a costa de mantener a raya el leviatanismo del Estado, hoy, el país, habiéndose apartado de esos principios, ha vuelto a las fuentes más primarias de sus costumbres, enraizadas en el autoritarismo y en el gobierno absoluto.
Dijo Tocqueville en otro pasaje de su obra “nace un hombre. Sus primeros años transcurren oscuramente entre los goces y trabajos de la infancia. Crece, comienza la virilidad. Las puertas del mundo se abren para recibirle: entra en contacto con sus semejantes. Entonces se lo estudia por primera vez y se cree presenciar cómo se forma en él el germen de los vicios y las virtudes de su edad madura. En mi opinión esto constituye un gran error. Remontémonos hacia atrás, hasta la época en que su madre le tenía en sus brazos y examinémosle; veamos cómo se refleja por primera vez el mundo exterior en el espejo, oscuro aún, de su inteligencia; contemplemos los primeros ejemplos con los que tropieza su mirada; escuchemos las primeras palabras que despiertan las potencias aun dormidas de su pensamiento; asistamos, en fin a las primeras luchas que se ve obligado a sostener y solo entonces comprenderemos de donde vienen sus prejuicios, los hábitos y las pasiones que van a dominar su vida. El hombre entero, por decirlo así, está ya envuelto en los pañales de su infancia. Algo análogo sucede con las naciones.”
La Argentina padece hoy una exacerbación de poder cuyo embrión podía advertirse ya en los “pañales de su infancia”. La ausencia total del control y del balance entre los poderes del Estado; la absorción por parte del Poder Ejecutivo de facultades y prerrogativas que le corresponden a los otros poderes; el hecho de haber hecho de la democracia un sinónimo del populismo; el haber borrado todo límite entre el gobierno de la masa y el gobierno del pueblo, son, todos ellos, vicios que la Argentina cobijaba bajo la cuna de sus tradiciones. En una escalada que comenzó quizás con el primer quiebre institucional en 1930 y no dejó de profundizarse hasta hoy en que todo el poder del Estado está subsumido en un puño, el país es un canto vivo a la teoría tocquevilliana sobre el advenimiento de la democracia y los temores que podían hacer que sucumbiera. La lectura cotidiana de un simple periódico confirma los temores del diputado francés (replicados aquí por el padre de la Constitución, Juan Bautista Alberdi) en el sentido de que los desbordes a que es proclive la democracia por su propia lógica interna, pueden dirigir a los países que caen en ellos hacia el despotismo y la tiranía.
La Argentina transita por el borde de esos miedos, aunque muchos estén convencidos que lo que impera aquí es la democracia. Si por ella entendemos un sistema de poder balanceado de Estado limitado, claramente el país vive otro sistema pero no el democrático. Si, al contario, consideramos a la democracia como el sistema político que mejor refleja los caracteres más íntimos de un pueblo, no cabe duda que la actual estructura de poder en el país responde a esas tradiciones absolutistas que aun anidan en los pliegues más íntimos de la sociedad.

jueves, 1 de julio de 2010

UNO PARA TODOS?

Jean Jacques Rousseau probablemente no habrá soñado nunca la influencia que tendría sobre el siglo XXI y sobre un país cuyos perfiles en los tiempos que diseñó el concepto de la “voluntad general” no se habían siquiera definido.
La idea de que una sociedad tiene una voluntad propia distinta de la de los individuos que la componen es la base teórica más sólida que ha encontrado el fascismo moderno y otros regimenes menores, menos pretenciosos pero igualmente malsanos. La idea de la voluntad general excluye por definición la existencia de otras “voluntades” y pareceres que se le opongan. Para los titulares de esas opiniones no puede caber más que el exilio o la condena que se les impone a los enemigos.
Bajo el principio de la voluntad general, quien vaya contra la corriente, quien “saque los pies del plato”, como diría Perón, debe ser marginado y execrado: es un enemigo de la nación y del pueblo.
La noción del Estado como representación de esa voluntad general se emparienta necesariamente con una restricción severa al derecho individual y con el principio que comienza a hacer de la Patria, el Estado y los gobernantes un peligroso sinónimo.
Según este razonamiento la Patria es el receptáculo de la voluntad general, el Estado es la representación de la Patria y los gobernantes quienes encarnan al Estado. Un simple silogismo une a los gobernantes con la Patria.
En el concepto de la voluntad general, los individuos no son libres si no parte de un grupo. Su existencia carecería de significado si no estuvieran en relación con lo colectivo.
Cuando un hombre encarna la voluntad general se produce una suerte de adoración que lleva la política al terreno de las religiones. El concepto de la voluntad general conduce a la idolatría del Estado.
Las personas pasan a creer que nada es superior al Estado y que nada debe estar fuera del Estado ni en su contra. El lema fascista de Benito Mussolini podría haber repetido los conceptos de Rousseau.
Muchos regimenes actualmente imperantes en America Latina, operan sobre la base los principios rousseaunianos de la “voluntad general”. Todos los que trasmiten una idea social de “amigo”/ “enemigo” en realidad se apoyan en la teoría de Rousseau según la cual la sociedad tiene una voluntad y quien la contraria debe convertirse o morir.
Realmente cuesta entender como Rousseau se las ingenió para ser recordado como un padre de la libertad cuando las bases de sus ideas conducen cuando menos al autoritarismo.
Todos los regimenes populistas tienen este denominador común contario a la libertad individual y al estímulo del pensamiento diferente.
Las claras alusiones del gobierno actual de la Argentina a la existencia de “enemigos” de la Patria tienen un fuerte contenido rousseauniano. Según este modelo la existencia de personas que tengan una visión diferente de la realidad nacional simplemente no puede permitirse. Si esas personas están en contra del pensamiento dominante (voluntad general) entonces necesariamente deben tener intereses contrarios al país o, lo que es peor, a la Patria.
Como Rousseau representó el costado más fascista de la Revolución Francesa, la Argentina está ingresando peligrosamente en un perfil parecido: “juicios” públicos a periodistas, negación de la libertad de expresarse a Hilda Molina, ejercicio de la violencia (algo así como una variante ‘robesperriana’ de la “voluntad general”) para impedir que ciudadanos libres se expresen (presentación del libro del periodista Gustavo Noriega sobre el INDEC) escraches variados a quienes opinan diferentes, fuerzas de choque que amenazan y silencian a los que se oponen.
La influencia de estos pensadores ha sido dramática para el nacimiento de los peores totalitarismos que el mundo ha conocido. La aspiración altanera de otorgarle a un cuerpo colectivo propiedades que solo tienen las personas individuales, conlleva necesariamente a la existencia de superestructuras encarnadas por personas que se arrogan la personalidad del pueblo. El mundo ha entregado suficientes malos ejemplos al respecto.
La Argentina actual tiene lamentablemente muchos de estos perfiles cuando menos totalitarios, de supresión del pensamiento diferente que aunque no lo sospechen quienes los practican, tienen en este tristemente célebre pensador francés a su más remoto inspirador.