miércoles, 2 de marzo de 2011

Gimnasio: La última frontera

Hoy salí a caminar por el barrio con mi mamá. Compramos muchas cosas y cuando volvíamos pasamos por el gimnasio que está a la vuelta de mi casa. Lo pusieron a fines del año pasado y siempre que paso por ahí me estampo contra la ventana para ver si está bueno. Verán, este es mi dilema. Nunca fui ni me anoté en un gimnasio. No entiendo su dinámica. No entiendo que es un "indoor cycle" ni que significa "GAP". No sé que tengo que preguntar para anotarme. La mayoría de estas cosas no las sé porque en mi vida tuve bastante suerte y nunca necesité ir a un gimnasio. Pero esta ya no es mi suerte. Lisa y llanamente se me está cayendo el culo. Y tengo que hacer algo de inmediato antes de que este daño sea irreversible. Entiendamé, yo no tengo tetas ni mido 1,80. No tengo ojos verdes ni un pelo en el que te ves reflejado. No se me puede caer el culo. Simplemente no puede pasar.
Hace meses que me vengo proponiendo entrar y preguntar cuánto sale. Pero después paso y digo, "cuánto sale qué? que es lo que tengo que preguntar?". Cuánto sale entrar ahí? Cuánto sale tener un profesor? Cuánto sale usar los aparatos? (eso debe ser el "indoor cycle"). Pero hoy fue el día en el que junté valor (bah mi mama me obligó) y entré al establecimiento pintado de un color tan poco serio como el naranja. Entré y una mujer con un corpiño atlético me atendió y me preguntó en qué me podía ayudar. Me quedé mirándola. En primer lugar me di cuenta que la mujer estaba como trotando en el lugar mientras me hablaba. Me pregunté si esta sería una política del lugar en la que todo el mundo debe estar haciendo gimnasia en todo momento. No sé si puedo formar parte de una comunidad así. Pero de todos modos, no le respondí de inmediato porque realmente no sabía qué preguntarle. Hasta que abrí la boca y dije algo como: "Eh... si, quería saber cuñanto salía... anotarme". Eso dije. "Anotarme". Como si fuera un curso. Mi mamá tomó la posta y pregunto bien en qué era en lo que me podía anotar y cómo se pagaba. La mujer (que aun seguía con su pequeño trote en el lugar) llamó a Martín quien, aparentemente, era el único que podía verbalizar este tipo de información.
De una escalera caracol bajó Martín. Martín es el tipo de hombre al que no querés hacer enojar diciéndole cosas como: "Hoy el gimnasio está cerrado jeje". Martín, puedo notar, paso varios de sus días desde que nació encerrado en un lugar como este, levantando fierros y traspirando ríos. Su brazo derecho era del tamaño de mi cuerpo. Su brazo izquierdo también y tenía tatuado el logo de Nike. Martín, en conclusión, es grasa. Alrededor de 15 minutos le tomó a Martín hacerme entender el extraño mundo del gimnasio, y cada explicación la terminaba con una sonrisa de oreja a oreja como diciendo: "Si te esforzás algún día te vas a ver como yo".
En definitiva, este año voy a cambiar aspectos de mi vida y probablemente me anote en el curso de pilates e "indoor cycle" del Life Club Belgrano. Pido perdón en avanzado por mi torpeza a quien tenga la mala suerte de verme. Les prometó (o Martín les promete) que en seis meses ya notarán resultados en mi rear. Hasta entonces.